martes, 27 de enero de 2009

¿Es posible construir una escuela sin exclusiones? (Primera parte)

Miguel López Melero
Universidade de Málaga, España.


RESUMEN

Este artículo plantea, fundamentalmente, que no se debe confundir integración educativa con escuela inclusiva y que, probablemente, esta confusión ha originado interpretaciones dispares que está originando una serie de barreras para la presencia, aprendizaje y participación de las personas y culturas diferentes en el aula. Se analizan solo las barrerasdidácticas y se propone como se pueden salvar las mismas para construir una escuela sin exclusiones.


INTRODUCCIÓN

Mi primera respuesta a este interrogante es que no sólo es posible, sino que es necesario, y como es necesario hemos de llevarlo a cabo. Para ello hemos de buscar, y saber encontrar, cuáles son las barreras que impiden la presencia, el aprendizaje y la participación de las personas y culturas diferentes en la escuela pública. Esta es la cuestión fundamental que tiene planteada en la actualidad la escuela pública. Yo, con cierta humildad, voy a describir mis puntos de vista al respecto. Para ello, se me ocurre partir del siguiente principio de la Conferencia de Salamanca: El principio rector de este Marco de Acción es que las escuelas deben acoger a todos los niños independientemente de sus condiciones físicas, intelectuales, emocionales, lingüísticas u otras [...] Las escuelas tienen que encontrar la manera de educar con éxito a todos los niños, incluidos aquellos con discapacidades graves [...]. (UNESCO, 1994, p. 59-60)

Las iniciativas internacionales de las Naciones Unidas y de la UNESCO han apostado, decididamente, hacia la necesidad de que todos los niños y todas las niñas tienen derecho de ser educados todos juntos independientemente de la etnia, del género, del handicap, de la religión o de la procedencia. De lo que se trata no es sólo de ofrecer el derecho a la educación a todos los niños y niñas, sino en ofrecerle una educación de calidad y ésta solo se consigue cuando todas las niñas y todos los niños se educan juntos. En esto, precisamente, consiste la educación inclusiva. A veces no se tiene claro de qué hablamos cuando hablamos de educación inclusiva.

Hablar de educación inclusiva no es hablar de integración. La educación inclusiva es un proceso para aprender a vivir con las diferencias de las personas. Es un proceso de humanización y, por tanto, supone respeto, participación y convivencia; sin embargo, la integración hace alusión a que las personas diferentes y los colectivos minoritarios se han de adaptar a una cultura hegemónica. Por eso hablar de educación inclusiva, desde lacultura escolar, requiere estar dispuestos a cambiar nuestras prácticas pedagógicas para que cada vez sean prácticas menos segregadoras y más humanizantes. Cambiar las prácticas pedagógicas significa que la mentalidad del profesorado ha de cambiar respecto a las competencias cognitivas y culturales de las personas diferentes, que han de cambiar los sistemas de enseñanza y aprendizaje, el currículum escolar, la organización escolar y los sistemas de evaluación. Esto es así, y si no es así, tiene que serlo. Si no estamos de acuerdo con este principio no vale la pena seguir escribiendo (o leyendo este artículo), porque todo lo que en él vas a encontrar está relacionado con esta visión de la escuela pública como lugar donde las niñas y los niños aprenden a ser personas democráticas, libres, cultas y respetuosas con la diversidad.

Con esta preocupación de fondo escribo este ensayo que titulo: ¿Es posible construir una escuela sin exclusiones? Para ello voy a exponer qué barreras obstaculizan la presencia, el aprendizaje y la participación de las personas diferentes y de las culturas minoritarias en la escuela pública que están impidiendo la construcción de una escuela para todas y para todos (UNESCO, 1990). Señalaré sólo las barreras didácticas, pero no podemos olvidar que también hay barreras culturales y políticas que condicionan las barreras didácticas, pero por que no son motivo de este artículo. Al final señalo cuál es mi compromiso como intelectual comprometido y como persona entusiasta que aspira, aunque sea simbólicamente, por la construcción de una sociedad sin exclusiones. Es decir, por una sociedad más culta, más libre, más solidaria, más justa, más democrática.. . más humana, que nos ayude a proyectar un mundo mejor. ¿Quién no desea un mundo mejor?

Estamos inmersos en un mundo de una opulencia sin precedentes, difícil de imaginar hace cincuenta años cuando yo era niño. Donde no sólo se han registrado notables cambios en el terreno económico, sino en lo social y en lo político. Si en la época clásica el centro del mundo era el hombre y en la Edad Media lo era Dios, en la actualidad lo es la economía. De tal modo que en la segunda mitad del siglo XX se ha ido consolidado, al amparo de lo económico, un sistema de 'gobierno democrático' formalmente hablando, como modelo de organización política, que ha hecho olvidar, precisamente, los valores de la propia democracia como son la libertad y la igualdad. Sabemos que de la libertad emerge la tolerancia y el respeto, y de la igualdad surge la solidaridad y la generosidad, y de ambas, la convivencia democrática y el progreso humano. Todo ello hace que en la actualidad los conceptos de Derechos Humanos y de libertad política formen parte, en gran medida, de la retórica imperante en una sociedad que, curiosamente, no creen en ellos. Precisamente los Derechos Humanos se configuran a raíz de aquellos valores. De la libertad nacen los derechos civiles y políticos y de la igualdad, los derechos económicos, sociales y culturales.


Todos los seres humanos pertenecen a la misma especie y tienen el mismo origen. Nacen iguales en dignidad y en derechos y todos forman parte integrante de la humanidad. Todos los individuos y grupos tienen derecho a ser diferentes, a considerarse y ser considerados como tales. Sin embargo, la diversidad de las formas de vida y el derecho a la diferencia no pueden en ningún caso servir de pretexto a los prejuicios raciales; no pueden legitimar ni en derecho ni de hecho ninguna práctica discriminatoria(Unesco, 1981, p. 2)


Vivimos, por término medio, mucho más y mejor que antes, gracias a los avances médicos y a las mejoras en las condiciones de vida. Es cierto que hoy, debido a las nuevas tecnologías, mantenemos más lazos que nunca entre las distintas partes del mundo, no sólo en el campo del comercio y de las comunicaciones, sino también en el de las ideas y de los ideales interactivos. Y, no obstante, también vivimos en un mundo de notables privaciones, miserias y opresión. Hay muchos problemas antiguos sin resolver, y entre ellos sobresalen la persistencia de la pobreza y muchas necesidades básicas insatisfechas, el problema del hambre en el mundo, la violación de libertades políticas elementales, así como de libertades básicas, la falta general de atención a los intereses comunes y la participación limitada de las mujeres, la segregación de las culturas minoritarias y de las personas diferentes, el empeoramiento de las amenazas que se ciernen sobre nuestro medio ambiente y sobre el mantenimiento de nuestra vida económica y social. Muchas de estas privaciones se observan, de una u otra forma, tanto en los países ricos como en los pobres pero, obviamente, más en los países pobres.


Lo que deseo decir con estas primeras palabras es que siento que el mundo está enfermo, pero no es una enfermedad cualquiera la que padecemos, estamos aniquilando el mundo tanto en lo ecológico como en las relaciones humanas.La enfermedad del mundo es una ausencia casi total de lo más hermoso y genuino de los seres humanos: el amor. Lo que yo entiendo por amor no tiene nada que ver con ese concepto poético, religioso o filosófico con el que a veces se envuelve a aquél; mi concepción de amor está relacionada sencillamente con el respeto a las personas como legítimas personas en su diferencia, independientemente del handicap, del género, de la etnia, religión o procedencia, etcétera. Sólo en el reconocimiento de las personas como personas, sin ningún tipo de añadido, radica el sentido de lo humano. Precisamente por eso el sentido de lo humano se construye desde el significado que le demos a la diferencia, si como valor o como defecto y lacra social. Si la diferencia la consideramos como una lacra, estaremos en el discurso de la integración, si la consideramos como un valor estaremos en el discurso de la educación inclusiva. No es sólo acoger al otro, sino valorarlo. Este reconocimiento de la normalidad de la diversidad es lo que configura la dignidad humana. La diferencia es lo normal. Comprender esto es ya un valor. Y esto es lo natural. Lo antinatural es lo contrario: la homogenización.

Desde esta perspectiva me planteo el interrogante ¿es posible construir una escuela sin exclusiones? , y mi pensamiento es que la escuela pública en estos momentos necesita un nuevo proyecto educativo que haga realidad la inclusión en sus aulas. Un nuevo modelo educativo que ha de construirse sobre la base de la comprensión de que todas las personas que acuden a la escuela son competentes para aprender. Aceptar este principio es iniciar la construcción de un nuevo discurso educativo al considerar la diferencia en el ser humano como un valor y no como defecto y, a partir de ahí renacerá una cultura escolar que al respetar las peculiaridades e idiosincrasia de cada niña y de cada niño evitará las desigualdades.

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