En medio de la zona más árida del planeta y sobreviviendo al acoso constante del ejército de Marruecos vive, en el exilio, el pueblo Saharaui. Ahí, en campamentos hechos apenas con retazos de tela, lámina y madera se mantiene inamovible la dignidad de las personas con discapacidad. Este es el testimonio de la española Montaña Guillén que escrito en 2005 permanece vigente en estos días en los que se conmemora el 35 aniversario del Frente Polisario, brazo de la resistencia.
Montaña Guillén
Otro año más, en Diciembre de 2005, subimos al avión con destino Tinduf (Argelia). Nuestro objetivo: conocer las nuevas caras, y los nuevos nombres que formarán el grupo de niños con discapacidad saharauis que vendrán el próximo mes de Junio.
En esta ocasión algo era distinto. La “pequeña” Fatu nos acompañaba. Volvía a los campamentos, para regresar con su familia, después de haber recibido tratamiento para sus problemas de salud. Las palabras radiante, alegre y nerviosa dicen sólo parte de cómo miraba los días antes del viaje; pero nos pueden ayudar a imaginarla.
Cuando, por fin, la llevamos a su hayma, su madre comenzó a decirnos largamente en hassanía (con interrupciones breves para que un familiar lo tradujese al español), cuánto agradecía todo lo que habíamos hecho por su hija, de forma que os trasmito un mayúsculo GRACIAS.
Como cada uno de los años que he ido a seleccionar chavales, ha sido un trabajo duro, porque ves a todas las familias con su difícil historia a cuestas, deseando que le toque viajar a su hijo, y sólo puedes pensar: “tenemos siete plazas”. Este año se ha reducido el número de niños que acogeremos, respondiendo a las observaciones de los distintos profesionales que trabajamos con ellos durante el verano. Queremos ofrecerles una mayor calidad de vida el tiempo que están aquí, y para ello es importante no superar la capacidad de todos nosotros para atenderlos y responder a sus demandas.
Vendrán tres niños de edades entre los 7 y 8 años, dos niños adolescentes (de unos 16 años) y dos niñas adolescentes (de 16 años y 13 años), una de ellas “vuelve a ser” FATU (debe seguir en tratamiento médico).
En el colegio de personas con discapacidad saharaui nos reencontramos con niños que han venido otros años, y siempre se acercan, y abrazan y sonríen como recordando todo lo vivido en España. Mamilla, directora del centro, sigue organizando aquello, llevando y trayendo, e intentando facilitar nuestro trabajo. Pregunta por los trabajadores que conoció el verano de 2004, y manda saludos.
Además, este año nos habían invitado a participar en un SEMINARIO SOBRE LA DISCAPACIDAD EN LOS CAMPAMENTOS. Nuestra intervención, y buena parte del trabajo en los campamentos, estuvo enfocado a la ATENCIÓN TEMPRANA, es decir, difundir lo importante que resulta la estimulación y el seguimiento de los niños desde que nacen, para poder prevenir o tratar la discapacidad de forma precoz. Les queda un largo camino por delante, pero tienen ganas, y nosotros pondremos paciencia. Desde luego es algo sorprendente que en un campo de refugiados, existan este tipo de iniciativas, y muestren un interés tan grande por aspectos que pueden resultar secundarios cuando falta la comida, el agua o el techo.
Allí, que no hay trabajo, hablan ya de términos como INTEGRACIÓN SOCIAL Y LABORAL de las personas con discapacidad. Allí, donde la familia es numerosa y soporta innumerables tareas en condiciones adversas, se habla de PARTICIPACIÓN en el centro. En aquél lugar no dejan de recordar que LA PERSONA CON DISCAPACIDAD ES ANTE TODO UNA PERSONA, y merece, como tal, todo el respeto. En un campamento de refugiados, donde falta “de todo”, intentan cubrir las necesidades específicas de estas personas.
Con estas pinceladas nos podemos hacer una idea de cuánto quieren lograr, con lo poco que cuentan.Creo que todos aprendimos de las palabras que se dijeron durante aquellos días. Y, sobre todo, aplaudimos su esfuerzo. Haciendo suma de todo, fueron jornadas de mucho provecho, en lo profesional y lo personal.
La pareja que nos acoge en su casa, hace un año que tiene una hija, Dabba. Así este pueblo sigue creciendo, y no pierde la esperanza de deshacer algún día el camino y las circunstancias que llevaron a su gente hasta territorio argelino, y regresar al desierto que les conoció cuando eran jóvenes o niños: El Sáhara Occidental (ahora ocupado por Marruecos).
Dabba aún no sabe que es una niña sin tierra, y que la arena por donde gatea no es parte del Sáhara. Ojalá crezca y se convierta en una mujer libre, con país y pasaporte.